Una de las razones por las que más me fascina el animal humano es por el hecho de que, a diferencia del resto de animales, va degenerando con el tiempo en vez de al revés. No en el sentido de tener el culito más o menos suave, o tener más o menos patas de gallo, no -en el sentido de que cada vez va haciéndose más artificial, más masoquista, menos humano. Como comenté anteriormente, es un suicida.
Pero antes de que perdieran la alegría de vivir, los suicidas fueron niños. Los niños representan la expresión más pura del animal humano -ellos no están contaminados. El resto de la especie presume huir de esa expresión alegando que "son mayorcitos para ocuparse de esas niñerías."
Sí. "Niñerías".
¿Qué diferencia a un niño de un adulto? O, para plantearlo mejor, ¿qué diferencia a un adulto de un niño?
¿Qué diferencia a un niño de un adulto? O, para plantearlo mejor, ¿qué diferencia a un adulto de un niño?
No veo la diferencia entre los preescolares que se divierten como enanos (valga la redundancia) jugando a que se afeitan el bigote o se pintan los labios para estar guapas, creyendo que son mayores, y los adultos que se afeitan o se maquillan para estar "provocativos" y tratar de pillar cacho -creyendo también que son mayores por ello.
A un niño pequeño le basta con darle un beso, así sin más, a una niñita para hacerse amiguitos inmediatamente –y eso si no es la princesita la que va a por el Don Juan. Y si no cuela, siempre quedan Pocoyó o el piano electrónico de no-se-qué marca de juguetes para recuperar la alegría de vivir. ¡Pero a un adulto nooo! A un adulto le hace falta darse un cursillo interior sobre auto-estima frente a los demás, aprender como emperifollarse para ser sexualmente deseable (o simplemente para ocultar ese pedazo de imperfección que por alguna razón sólo él es capaz de ver en toda su magnitud), aprender a dirigirse al otro con ingeniosidad y tacto, aprender a bailar decentemente, aprender algo de cultura general para impresionar a la peña –cuando no criticamos o comentamos cosas de las que no tenemos ni puñetera idea –y aprender a tocar y besar a una persona sin que salga huyendo.
(SI NO HACES LO PROPIO UN ADULTO, NUNCA TE TIRARÁS AL TI@ BUEN@ DE TURNO. ¡CORRE A CONVERTIRTE EN ADULTO!)
(SI NO HACES LO PROPIO UN ADULTO, NUNCA TE TIRARÁS AL TI@ BUEN@ DE TURNO. ¡CORRE A CONVERTIRTE EN ADULTO!)
No llegamos ni a “prefabricados”, y ya tenemos que ser “perfectos”. Y si la cosa acaba mal, ni te cuento… toca ahogar las penas en pianos, guitarras, baterías, bebida, drogas, amigos graciosos que ni son amigos ni son graciosos, etc. Con suerte, sacaremos una magistral y profundísima lección sobre los reveses de la vida y sobre como el infortunio puede interponerse en el destino más perfecto, así como una lección sobre los misterios insondables del sexo opuesto. Pero eso sí, él o ella siempre tuvo más culpa que yo.
¿Y todavía tenemos la osadía de decirle a un niño pequeño, con la cabeza alta, sobre cómo tratar o no al sexo opuesto?
(Debería darnos vergüenza. Nietzsche tenía mucha razón sobre ellos)
Tampoco veo la diferencia entre un niño pequeño que todos los días lleva a cabo el ritual de ver su serie favorita y el adulto que día tras día sigue los informativos. “Ah, pero los informativos son información real sobre cosas que pasan en la vida real –no como una serie de ficción” Claro que sí, campeón. Por eso Japón y Haiti salieron de la palestra a las dos semanas a pesar de su constante producción de hechos reales; por eso le dan bombo y platillo a un determinado evento cuando conviene para mantener a la gente contenta, como ocurrió con el mundial de fútbol el verano pasado, y por eso nadie ha nombrado nunca nada sobre Islandia en los telediarios (No me meteré con lo que hizo Telemadrid respecto a lo que está pasando ahora en la calle -que sólo quiero sembrar la duda para que la gente se plantee cosas, no que me cierren el blog). Ni que decir tiene que de las guerras y demás asuntos “de interés mundial” nos dan las dosis según prospecto médico: dos raciones al día, y a medida que baje la fiebre ir disminuyendo.
Y sin embargo ahí que sigue el adulto, ojo avizor a lo que sale por los medios y dispuesto a secundar (o atacar) a sangre y fuego según qué noticias. Y como al niño se le ocurra coger el mando para cambiar de canal y poner a los Simpson, manotazo en la mano y trae para acá, que esto son cosas de adultos y son cosas serias. (Sé que el ejemplo de los Simpson me ha venido como anillo al dedo… pero quien dice los Simpson dice cualquier cosa) "Hay que cumplir con el ritual diario de ver los informativos, que si no, no somos personas. ¡Es lo correcto! ¡Es lo razonable! ¡Lo hacemos precisamente porque somos adultos!"
Más pruebas de nuestra irremisible infantilidad. Dos chavalines que disputan sobre si Superman es más rápido que Flash, se pegan cuatro berridos el uno al otro, al final se intercambian sus cromos de Superman y Flash, y se van tan amigos a jugar a otra cosa con un pelín de afonía en sus gargantas, pero felices. ¿Qué diferencia hay entre su situación y la situación de los religiosos y los ateos, la de los fans de Ozzy Osbourne y el resto de ese mundillo y los fans del mundillo de Disney Channel? ¿La de los madrilistas y culés, los rojos y los fachas, los que dicen que existe una ética absoluta y los que abogan por el relativismo?
“Es que Dios realmente no existe, es que los Jonas Brothers y CIA son basura comercial que incita a la imbecilidad, es que el Madrid tiene más trofeos, es que los fachas odian a los extranjeros y los gays, es que es de tontos decir que no hay nada absoluto…” Vale, supongamos que es verdad. ¿A TI QUÉ PUÑETAS TE IMPORTA?
(Actitud saludable ante la estupidez: primera y única lección)
Como creo que a estas alturas ha quedado patente (si no te ha quedado claro, deberías replantearte si eres tan perspicaz como te crees –o limpia el monitor de roña, si es el caso), no nos diferenciamos en gran cosa de los niños pequeños. Vale que un niño se puede parecer a un adulto en el hecho de que va por la vida diciendo que Superman es lo mejorcito que hay a cualquiera que quiera oírle. Pero no verás a ese niño buscando a admiradores de Flash y acusándoles de retrasados, mojigatos o de ser el cáncer del patio del recreo –y mucho menos saboteando las actuaciones de los otros peques y liándola parda. ¿Por qué los adultos, maduros y responsables se preocupan más de impedir que los otros crean en lo que quieran creer, que en pararse a pensar en la solidez de sus propias creencias? ¿En joder a otros antes de que ellos te jodan a ti? ¿En impedir que contaminen el cerebro de nuestros hijos con sus ideas, en lugar de enseñar a nuestros hijos a tener y defender ideas propias? Se nota la confianza en la propia decisión de elegir creer una cosa u otra, se nota la fe en la capacidad de no dejarse influir por nada –y se nota el aburrimiento, mucho, muchísimo…
Una vez más quedan de manifiesto las ideas que expuse en la Quimera I. Cómo nos puteamos continuamente a la hora de ser felices.
¿De dónde viene el miedo a no poder pensar lo que queramos, a no vivir como deseemos? No es del miedo a lo fuerte que sea el otro, sino del miedo a lo débiles que seamos nosotros, el miedo a nuestra propia incompetencia. El sentirnos amenazados ¿fundada o infundadamente? Pregúntense a sí mismos.
Si queremos desembarazarnos de ese lastre, debemos empezar a asumir que nadie está en la obligación de pensar lo mismo que nosotros –y entender no solo que es bueno que no haya dos personas con pensamientos totalmente iguales, sino que el hecho de que alguien piense auténticas paridas es únicamente problema suyo. Todo cae con su propio peso con el tiempo, y no es problema de uno si otro quiere estrellarse. Y si tenemos la suficiente inteligencia y la suficiente personalidad para no dejarnos sugestionar por cualquier “gran vaca sagrada de la sociedad” (independientemente de su antigüedad), ¿por qué habríamos de temer nada?
Y más aún, ¿por qué deberíamos extender nuestras acciones a un nivel tan público que acaben por afectar a terceros que no conocemos de nada? Ningún mercader rico va por ahí fardando de tesoros. Los guarda en el arcón. Del mismo modo, la persona verdaderamente superior y noble es la más natural y sencilla.
Los niños pequeños son más nobles que nosotros a ese respecto en el sentido de que están convencidísimos de estar en lo correcto, hasta que aceptan sin tapujos algo mejor de lo que tenían –y en el sentido de que ellos, hagan lo que hagan, nunca causarán daño a nadie por sus creencias. Son lo suficientemente inteligentes como para saber que estas no son el centro de sus vidas.